FISHING VILLAGE

La barriada de los pescadores se encuentra a medio camino entre La Antilla  e Islantilla en el término municipal de Lepe, separada de la playa por un paseo marítimo conocido como el carril del colesterol, y de una interfase marina de numerosas embarcaciones y demás elementos afines al mundo de la pesca.

El vecindario pescador lo integran varias calles ordenadas a lo Nueva York, y numerosas casas que pertenecen a los pescadores que tienen sus aperos a pocos metros de sus viviendas. Muchos de ellos aparcan sus tractores en la puerta de sus apartamentos cual ferraris de vistosos colores propios de Beverly Hills.

Entre las barcas y el paseo del colesterol se encuentra el abismo caótico del parking de los aparejos necesarios para desarrollar el noble arte de la pesca. Redes, nasas para los chocos, cuerdas, sillas, anclas, boyas, neumáticos de tractores, carrillos de mano, etc; se amontonan sobre la arena de la playa como si hubieran caído del cielo tras el paso de un destartalado huracán. Ciertamente para los lugareños de la mar todo ese embrollo cuenta con un orden feroz que nadie debe saltarse, lógica oculta que el viandante ocasional ni siquiera puede llegar a imaginar.

Hace no mucho se instalaron 15 casetas de colores destinadas a guardar el utillaje y otros enseres, que añadieron colorido a la barriada y le dieron un carácter distintivo y más vistoso para los paseantes que luchan contra la grasa acumulada. También se instaló una iluminación dirigida hacia la playa con focos a gran altura que iluminan la playa las noches tórridas del verano.

Barcas, aparejos y tractores conviven en armonía como si de un campo marino se tratara. Los vetustos tractores compiten en protagonismo con las casetas, pero no por sus colores que son igual de brillantes e intensos; sino por ser los reyes de la barriada a nivel de vistosidad.  Los tractores, antes en ambientes terrestres en sus mejores años, se deslizan grácilmente por la playa para arrastrar las barcas hacia el paseo paseo marítimo cuando el rompeolas queda lejos de la zona de varado de las embarcaciones tras la vuelta de la mar.

Junto a la barriada se encuentra la Escuela de Vela de mi compañero de colegio Fernando. Durante la época veraniega cuando las manecillas marcan la hora prefijada, los trabajadores de la escuela bajan a la orilla los pequeños y grandes catamaranes, así como las tablas de windsurf y las potentes zodiac que velan en todo momento por la seguridad de los novatos practicantes de los deportes marinos. Estos eventuales deportistas marinos esperan ansiosos sus clases de vela mientras a lo lejos las barcas de los pescadores cargadas del deseado pescado y lastre llegan a toda velocidad a la orilla siendo paradas por el rozamiento de la madera con la arena cuando la barca para su motor y se adentra en tierra hasta donde la inercia le deja llevar. Todo un proceso calculado milimétricamente por el marinero de forma instintiva tras arduos años de repetición incesante.

Por mi parte, durante la época estival recorro andando todo el paseo del colesterol desde la cercana Urbasur, donde se encuentran las ahora denominadas segundas residencias, hasta el fin de la barrida que empalma con el pueblo de la Antilla. Ello tiene lugar por la mañana temprano antes que el sol abrase y haga imposible la caminata, y coincidiendo con la llegada de las embarcaciones tras la pesca del género que suele ser a partir de las 8 de la mañana. De esta forma, con la cámara cargada en lo alto aprovecho para tirar fotografías durante mi paseo, así como de retratar lo que acontece en la barriada a esas horas de la mañana, y posteriores también.

Como si de una danza se tratara y cuando el coeficiente de marea es muy elevado, las barcas ya en tierra con su preciado cargamento, lastre incluido; esperan pacientes la llegada de un tractor que las acerque a la zona de varado de embarcaciones junto a la línea de las casetas arcoíris. Los marineros enganchan la embarcación al tractor y de este modo tiran hacia tierra la barca con su cargamento hasta el lugar asignado.

A continuación, los pescadores retiran pacientemente los pescados de las redes, así como los restos de algas, cangrejos, etc., denominado coloquialmente lastre. El lastre es el pan de nuestro de cada día y su ausencia o exceso marca la alegría o decepción de la jornada de pesca. La pesadilla tiene forma de lastre.

Mientras los marineros van a su bola haciendo lo que deben, el paseo del colesterol durante la época veraniega se infesta de paseantes ocasionales, incluido el menda, que lo transitan a toda velocidad para bajar la grasa “mala” acumulada durante el sedentarismo anual. En su devenir grasoso, los viandantes observan como a lo lejos, cerca de la orilla, los pescadores trajinan con sus barcas y sus manjares que saborearán en los bares de la zona durante el almuerzo y la cena.

Los más osados bajan a primera línea de guerra a observar el proceso de desenrede del pescado y obtención de los pescados y lastre. Algunos de ellos aprovechan para comprar directamente la mercancía a los pescadores mientras éstos se afanan en terminar de vaciar la red. Chocos, acedias, lenguados, langostinos, rayas, etc; al precio que marca el mercado. Los langostinos, como siempre, prohibitivos. Pequeñas furgonetas esperan en las calles junto al colesterol para recolectar mercancía para los restaurantes de la localidad.

Algo del pescado migra desde las redes hasta el propio paseo donde algunos pescadores venden sus capturas directamente a la vista de los viandantes quemagrasas. Los niños se arremolinan en torno a las cajas de corcho con la mercancía viva para ver eso que ignoran que sale del agua, y no de internet como aún siguen creyendo. Alucinados observan otros seres vivos que no son humanos y que no son producto de manufactura homínida, y que viven bajo la superficie del agua ¡¡¡. Todo un ritual de enseñanza marina igualada a las excursiones de los escolares urbanitas a granjas para conocer de primera mano animales tan salvajes como las gallinas, pollos, vacas o cerdos. Aquí se mira y se aprende, o el padre o madre acompaña con una charla ejemplar. En el mejor de los casos, son los propios pescadores los que transmiten conocimiento de primera mano a la chavalería y a los adultos ignorantes del arte de la pesca.

Terminado el proceso de venta de los preciados pescados, llega el turno del café para entrar en calor y a continuación la ingrata tarea de quitar lastre o guardar las redes bajo lonas para destruirlo y facilitar su desprendimiento en una fase posterior. Para esa hora los veraneantes ya solo piensan en tostarse bajo el sol, refrescarse en las frías aguas y en recrear como van a saborear en un rato las viandas que han visto sacar, en directo, del fondo marino sin tan ni siquiera encender la tele y poner la 2. Nadie queda por el paseo y las playas atestadas miran hacia la barrida como si de un espectro se tratara.

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